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  Abril de 2001
 Informe especial sobre laicidad
 Carta de Carmen Tornaría - Búsqueda, 29 de marzo de 2001


Carta de Carmen Tornaría sobre la laicidad en la enseñanza

Señor Director:

La escuela laica, obligatoria y gratuita promueve la construcción de ciudadanía democrática. No lo planteo sólo como cuestión filosófica sino como cuestión pragmática. La escuela que no selecciona a su alumnado, que abre sus puertas a todos sin distinción de etnia, sexo, nacionalidad, creencia religiosa, situación social, política o económica de los padres, constituye el espacio ideal para la construcción de ciudadanía democrática, porque nos enseña desde pequeños que los diferentes podemos convivir juntos y que sólo nuestra inteligencia, en ese espacio, nos convierte en mejores o peores. La calificación, la bandera, el cariño o la atención de la maestra, no tienen que ver con nuestro color de piel ni con la medallita o estrella que llevemos en nuestro cuello o en nuestro corazón, sino con nuestro esfuerzo y talento. Los "premios" y los "castigos" se reparten pura y exclusivamente por nuestros buenos o malos comportamientos y nunca por otras cosas.

Los maestros y maestras acceden a los cargos en la escuela pública porque concurrieron y egresaron de los Institutos Normales y concursaron luego en un marco de valores, leyes y reglamentos que apuestan todos a los talentos y no a las creencias, color de piel u otras cosas materiales o inmateriales, que no se pueden medir objetivamente.

Ése es el valor más importante transmitido en la práctica desde y en la escuela pública: el respeto por los diferentes y la convocatoria a que estén juntos, el de la igualdad de oportunidades, que no anula las diferencias sino que, en un acto de coraje democrático como pocos, decide trabajar con ellas.

La escuela laica no anula convicciones ni creencias, las ayuda a construir sin fundamentalismos porque, sin optar por ninguna, las convoca a todas.

No adopta una actitud neutral, es radicalmente positiva. Las quiere a todas conviviendo juntas, dejando para cada uno la posibilidad de elegir sin imposición. La elección de una no anula las demás, que incluso constituyen el marco para la elección inteligente, informada y responsable de referencia plural.

Tomando el ejemplo de la reflexión del Presidente de la República, en su invitación a reflexionar sobre el laicismo y su alcance verdadero, digo que el fútbol en la escuela existe; incluso hoy existe para varones y nenas. También existen los cuadros, pero en la escuela, en el recreo, juegan juntos los de Nacional, Peñarol, Rentistas o Wanderers. En el cuadro de la escuela no hay exclusiones. Aunque en el Estadio los integrantes del cuadro de la escuela, sean transitoriamente contrincantes, al otro día están juntos jugando en el recreo en medio de bromas y "cargadas" que reflejan lo que sucedió en el Estadio.

Es tan fuerte este valor aprendido en la práctica de la escuela pública que en un mundo globalizado en el que intentamos entrar sin desintegrarnos, nos hace distintos. Estamos entrenados desde pequeños en que es la inteligencia y no ninguna otra cosa la clave para distinguirnos en cualquier competencia.

En nuestras casas aprendemos lo que está bien y lo que está mal. En la escuela también. La escuela laica marca el camino del bien y del mal, apoyándose en una cuestión fundamental para un país democrático: las leyes; estas tampoco hacen distinción alguna entre la ciudadanía, son iguales para todos.

Claro que no aprendemos las leyes en el preescolar, pero empezamos a relacionarnos con ellas a nuestra medida. Aprendemos en la práctica que tenemos que llegar a determinada hora (aunque aún no manejemos el lenguaje horario). Aprendemos que entramos cuando toca la campana y sabemos que no podemos irnos cuando queremos, sino cuando vuelve a tocar la campana larga. Aprendemos que está bien llegar un poco antes de que toque y aprendemos que está mal llegar después que tocó.

Aprendemos que cada niño tiene una silla o un almohadón y que está bien ocupar una o uno y que está mal apropiarnos de dos o tres y dejar a algún compañero parado. Aprendemos que está bien comer la merienda que nuestros padres pusieron en la bolsita y que está mal sacarle la merienda al compañero. Aprendemos, aunque nos cuesta más, que está bien convidar, y que está mal ser egoísta (al que come y no convida le sale un sapo en la barriga). La maestra cada tanto nos enseña a volcar las meriendas de todos en las mesas y eso se llama merienda compartida.

Aprendemos que no está bien pegar, escupir o morder y esto nos lo enseña la maestra, además de nuestros padres.

Aprendemos que para algunas cosas tenemos que ponernos en fila y hacer cola y que está mal colarse, esto nos lo enseña la maestra. Aprendemos que está mal decir malas palabras y que está bien no decirlas, esto nos lo enseñan la maestra y nuestros padres.

Aprendemos que está bien decir la verdad y que está mal mentir. Esto nos lo enseñan la maestra y nuestros padres.

Estas cosas, que tienen que ver con valores y con leyes, las vamos aprendiendo en nuestra casa y en la escuela.

Una cosa que aprendí en mi escuela y en mi casa es que resulta muy importante en el aprendizaje de valores el ejemplo de los que nos enseñan: si yo estoy aprendiendo reglas horarias y mi maestra, mi papá y mi mamá llegan siempre tarde o no vienen, voy a tener mucha dificultad para entender que está bien llegar temprano y que está mal llegar tarde. Si además de enseñármelo, ellos lo practican, aprendo más fácil y mi creencia en qué está bien y qué está mal se va afirmando sin confusiones.

Yo aprendí de religiones en la escuela pública. Aprendí que los seres humanos, para explicarse cosas que no entendían, poblaron el mundo de fuerzas superiores buenas y malas y les llamaron dioses y los ubicaron por encima de ellos. Al estudiar Historia, desde la escuela aprendí cómo vivían, cómo comían, qué producían, cómo se organizaban, cómo se gobernaban y qué pensaban y en qué creían los pueblos que estudiábamos.

Aprendí de magias y religiones.

Es cierto, aprendí esas cosas, pero en la escuela pública no me enseñaron fe. Los dioses no estuvieron fuera de mi aprendizaje, los santuarios y las iglesias tampoco. Es cierto sin embargo que no me obligaron a tener fe, a creer en ningún dios en particular, ni a concurrir a iglesia alguna, ni a rezar u orar. Aprendí en la escuela laica que aquel pensamiento audaz de Artigas en las Instrucciones "libertad religiosa en toda su extensión imaginable" tenía en un estado laico el marco ideal para cumplirse, porque nadie perseguía desde el gobierno a los que creían en distintos dioses.

Es cierto que tampoco aprendí a portarme bien por temor a ninguno de esos dioses; aprendí a portarme bien porque cuando me portaba mal, la maestra me ponía en penitencia. Aprendí a no robar, no porque fuera pecado, sino porque en mi país robar es un delito, hay una ley que dice que está mal y como ciudadana de este país tengo que cumplirla y si no la cumplo puedo ir a la cárcel, no mientras soy pequeña pero sí cuando soy grande.

También en la escuela laica aprendí por ejemplo que hay cosas que no son delito, pero no están bien, están mal. Aprendí que ser pobre no es un delito, pero que sin embargo no está bien ser pobre, está mal.

Aprendí que no ser solidario no es un delito, pero está mal; me lo explicó la maestra.

Aprendí que no prestar no es un delito, pero está mal; me lo enseñó la maestra.

Aprendí que está bien amar la naturaleza y que está mal destruirla. Lo aprendí en la experiencia misma de poner un algodón húmedo en una tapa de frasco al que le agregué porotos. La tapita y los porotos en la mesada de la cocina me convocaban todos los días, antes que el cepillo de dientes, observando y esperando. Fiesta colectiva la mañana en que el brote, apenas asomado, empezó a ponerme en contacto práctico con el valor de la producción.

Aprendí que está bien querer a los animales y que está mal descuidarlos. Lo aprendí cargando la caja de zapatos con morera y gusanos, esperando, observando mariposas y capullos. En el IPA aprendí distintas teorías del cambio y de la producción pero mi primer recuerdo del concepto de producción, evolución y cambio lo conservo en aquella caja azul llena de morera y gusanos y en aquella tapa con porotos brotados.

Aprendí en la escuela laica, el valor del patriotismo. Que estaba bien ser patriota y que estaba mal no serio. Me lo enseñó la maestra estudiando el nacimiento de mi país, cantando el himno, la marcha Mi Bandera, llevando y queriendo la bandera y estudiando el escudo y sus símbolos. Pero como mi escuela se llamaba Bolivia aprendí también que, aunque estaba bien amar a mi patria, no estaba mal amar a otra patria como Bolivia. Y aprendí el himno y llevé la bandera de Bolivia y aprendí de las costumbres e ideas del pueblo boliviano que eran distintas a las de mi país. Y aprendí a respetarlas como distintas y a ser un poco patriota de Bolivia también.

Cuarenta años más tarde de aquel aprendizaje de respetar culturas distintas y quererlas, viví la importancia de aquel valor aprendido en mi escuela en los años cincuenta.

Estando con mi hijo en el estadio en un partido Uruguay Bolivia me sorprendí cantando el himno boliviano y sentí malestar cuando el estadio enardecido silbaba. No encontré contradicción alguna entre ese sentimiento y mi deseo de que en la competencia ganara Uruguay.

Quizá si lo pienso, ahora de adulta, en la escuela laica me enseñaron un valor que se llama tolerancia, aunque no recuerdo haber tenido una asignatura que se llamara así.

En el liceo laico aprendí el valor de la participación responsable y aprendí que estaba bien participar y que estaba mal no hacerlo.

Me lo enseñaron mis profesores y fundamentalmente mi Director, el primer día de clase. En el patio de entrada del Bauzá el "Pampa" Schettini nos reunió a los de primero y nos contó que los estudiantes teníamos que ayudarlo a manejar el liceo. Nos explicó que como no podía comunicarse con miles de estudiantes, existía una Asociación de estudiantes y que para conformarla había elecciones igual que "las nacionales". Que todos podíamos ser electores y elegidos, que el voto era obligatorio, que había un período de campaña electoral en donde los distintos grupos debíamos propagandear nuestros programas. Nos explicó que estaba bien que "mandaran" las mayorías pero que estaba mal no escuchar a las "minorías" y que unas y otras tenían representación en la Asociación de estudiantes.

Todas estas cosas las aprendí en mi escuela y en mi liceo que fueron y son laicos. Aprendí idioma español, matemática, química, física, historia, educación social, dibujo, biología y valores, muchos valores. Confieso que recuerdo poco de logaritmos y de pluscuamperfecto pero los valores de vida que aprendí en la escuela pública laica me acompañan cada día en mi condición de madre, profesora y ciudadana.

Prof. Carmen Tornaría Maglio 
Montevideo, marzo de 2001

 



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