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Semanario Brecha (16 de noviembre de 2001)


Complejo Cinematográfico
Nuevo Flores


EL ULTIMO DE LOS MOHICANOS

Por Ronald Melzer

En General Flores 4172, entre Robinson y Serrato, está enclavado el cine Nuevo Flores, o mejor dicho los cines Nuevo Flores, porque se trata de cuatro recintos concebidos y preparados para exhibir cine. 

El último, o los últimos, quizás, en merecer el apelativo "de barrio" en una ciudad que supo tenerlos por docenas.


Eran otros tiempos aquellos. El 18 de marzo de 1944, fecha de inauguración del cine entonces bautizado como Flores Palace, Montevideo era una ciudad de unos 720 mil habitantes que iban al cine, promedialmente, unas 14 veces al año. Este promedio resultaría mayor si se tiene en cuenta que los dichosos 720 mil incluyen desde los bebés -que no suelen ir al cine, y si van no pagan entrada- y los muy ancianos -una situación similar-, hasta los muy montevideanos "garrones" o "garroneros" que con confesables o inconfesables motivos no solían pasar por boleterías, especialmente en las salas de barrio. Por otra parte, las cifras que éstas proporcionaban nunca fueron juzgadas como "confiables al cien por ciento" por las distribuidoras. En buen romance: en 1944 el cine era, por lejos, el espectáculo más popular para nuestros conciudadanos de entonces que, por no muchos pero aún fuertes pesos uruguayos, concurrían allí cerca de 20 veces al año.

Otros datos interesantes que provee el sitio Cinestrenos en Montevideo, que se puede consultar a través de www.uruguaytotal.com, revelan que en aquel año se estrenaron (casi siempre "comercialmente") 347 películas y que las salas habilitadas eran 81, en su mayoría provistas de más de 500 butacas. El Flores Palace, con sus flamantes 789, estaba entre las grandes, pero no en un primer escalón. Tenía, según una recopilación aún inédita que prepara Osvaldo Saratsola (el mismo autor de Cinestrenos), otras virtudes: "equipada con sonoros y proyección RCA Victor (...) que gustarán al público (...), un frente de líneas modernas y sobrias (...) luz de emergencia (...) usina distribuidora de aire frío o caliente". Comodidades usuales para las salas de barrio de primera línea -es decir, aquellas que programaban películas inmediatamente después de que hubieran salido de las salas de "cruce". Una comodidad adicional y posterior se debe, seguramente, a una idea (¿exclusiva?) de sus propietarios Delbene y Sindín que, en 1951, "mientras se exhibían en la matinée películas no aptas para menores, en el hall superior de la citada sala proyectaban, para la gente menuda, películas cómicas en 16 milímetros". ¿Quien dijo que los multicines son un invento moderno?

Es probable que el auge de la sala haya coincidido temporalmente con el de toda la exhibición cinematográfica durante la década del 50. En el año "pico" 1953 -en un país que aún no había dilapidado los beneficios obtenidos "gracias" a la Segunda Guerra Mundial, que de algún modo estaba sacando provecho de la guerra de Corea y al que, atención, todavía no había arrivado la televisión- se vendieron más de 19 millones de entradas, exclusivamente en la ciudad de Montevideo, que contaba entonces con algo más de 820 mil personas, incluyendo bebés, ancianos y garroneros. Pero del sesenta para acá, fue otra la historia.

UN NEGOCIO DE ALTO RIESGO
Hijo de un veterano exhibidor cinematográfico, Ricardo Geronzini (1938) compró el ya decadente y un poco descuidado Flores Palace en 1976. "Mi padre se había inicado como exhibidor cuando los frailes del colegio católico al que yo concurría le ofrecieron un salón para que él proyectara películas. Así nació el cine Roma, sobre la calle San Martín. Luego construyó y compró otros cines, como el Grand Prix. Yo lo ayudaba, pero mis verdaderos trabajos eran otros: clases de filosofía e historia, o secretario en algún Consejo Nacional de Gobierno, con Giannattasio, o Titito Heber. Hasta que mi padre me ofreció entrar a trabajar, ya fijo, con él en el cine Grand Prix. En esto estaba cuando, en el 76, Sindín y Delbene me ofrecen el Flores. Recuerdo que mi padre se opuso a la compra: "Todos los cines se van a fundir", predijo. Yo te diría que, a la larga, tuvo razón. Pero al principio nos fue muy bien. Tanto que los vendedores me habían dado 18 meses para pagar el saldo y yo cancelé la operación en tres".

Doble inauguración, se aclara. La de un viejo-flamante cine, ahora llamado Nuevo Flores ("no se trató sólo de un cambio de propiedad y de denominación, sino que hicimos una inversión que para la época fue importante: remozamos la sala, la pintamos, pusimos alfombras"), y la de una actividad empresarial que a través de distintas sociedades ("donde se alternaron tres personas: Aicardi, Iguinis y mi hermano") rigió un pool cinematográfico que a mediados de los años ochenta llegó a incluir una gran cantidad de cines: "A ver, en determinado momento tuvimos o programábamos, entre Montevideo, Punta del Este y el interior, cerca de 25 salas. Nos asociamos en el Copacabana Palace, aquel que era tan largo que llegaba hasta la calle del fondo, el Belvedere Palace, el Maracaná, el Sayago, el Arizona. Tuvimos cines en Salto, Florida, Piriápolis. Y una buena base en Punta del Este: el Libertador, que sobrevive hasta hoy, el Gorlero, el Carnaby, el Pigalle, que después de cerrarlo se convirtió en Punta Shopping y ya no existe. A propósito: salvo el Libertador, no quedan cines sobre Gorlero, y en la península misma sólo se agregan las salas del Lido. El shopping se ha tragado casi todo, también allí. No me parece la mejor política turística para el país".

Polémicas (y) políticas aparte, lo cierto es que Geronzini se constituyó, durante los años ochenta, en el "independiente" -término que en la jerga cinematográfica designa a quienes no dependen directamente de las majors estadounidenses- más activo del país. "Me metí, para apoyar la exhibición de películas en Punta del Este, en el cine 18 de Julio; la verdad es que, contrariamente a lo que ocurrió con mis salas de barrio, nunca me fue muy bien allí. Eran los tiempos en que prácticamente todo el material que servía comercialmente estaba en manos de una empresa semimonopólica llamada Dispel, que privilegiaba netamente al circuito CENSA. Luego traje, como distribuidor, el material de Trasmundo, pero su perfil era, generalmente, más adecuado para los cines Central o Libertad".

A esa altura -fines de los años ochenta-, la existencia misma de los cines de barrio, como el Maracaná, el Copacabana o el Nuevo Flores, estaba seriamente amenazada. "El primer golpe de gracia lo dió la popularización de la televisión en color. Primero tuvieron acceso a ella sólo los sectores más pudientes, por lo que los cines que estaban instalados en zonas de poder adquisitivo medio o bajo seguían funcionando bastante bien, gracias a que ofrecían una gran variedad de espectáculos a bajo precio: durante la década del 80, todavía tenía gran aceptación aquello de los lunes con películas argentinas o mexicanas, de los miércoles de superacción, de jueves a domingos con películas recién bajadas de la sala de estreno y con las matinées para chicos. Hasta que el abaratamiento de la televisión en color y la irrupción del video hogareño acabaron definitivamente con esos hábitos". No sólo las salas de barrio se vieron afectadas por el fenómeno, en Cinestrenos se consigna un mínimo de asistencia para 1994, cuando no se alcanzó el millón de espectadores.

EXHIBIR ES NECESARIO, RECONVERTIRSE TAMBIEN
Pero en el ya lejano 1976 la situación estaba aún bajo control. "Junto a mis socios pusimos en práctica una idea empresarial que exige un gran esfuerzo, mucha imaginación y algún costo, cosas que se pagaron con creces: los bonos escolares, los bonos liceales y otros tipos de promociones pensadas para la gente del barrio, y que aún hoy sigo aplicando en el Nuevo Flores, donde, por ejemplo, en casi todos los horarios entran dos personas con una entrada. Y si además tenemos la película que la gente del barrio realmente quiere ver, el negocio funciona. Funcionó con "Tiburón" en el 76, conseguida dos días después de que bajara de cartel en el Metro, y funcionó este año con "Rodrigo", que tuvo más espectadores aquí que en las otras salas donde se estrenó en simultáneo". Eso, lo de los estrenos simultáneos, explica en parte la supervivencia de lo que puede tildarse como "el último complejo de salas de barrio". "Impensable en los ochenta y comienzos de los noventa, se ha hecho posible durante los últimos años gracias, sobre todo, al apoyo y la comprensión de la distribuidora RBS, que trae el material de Disney. Así pudimos estar al día con los gurises durante las vacaciones. Y así hemos sobrevivido estos últimos años gracias a ellas. Pero obviamente no es suficiente Disney ni son suficientes las vacaciones. Lamentablemente, la continuidad de las salas está lejos de estar asegurada".

Es que la continuidad del Nuevo Flores -o de otro complejo cinematográfico que pretenda emularlo- no depende tanto de la programación o de la disponibilidad de material, sino de otros factores que por un lado tienen que ver con el cambio de hábitos de la sociedad, que por otro lado son subsidiarios de la crisis económica ("y laboral: por aquí hay muchísima gente que no tiene trabajo") y que, en tercer lugar, se vinculan con la reconversión empresarial. Conste, de todos modos, que en esa materia Geronzini es, si no un pionero, un hombre que ha arriesgado. Sobre todo en los últimos años, el lugar físico ha pasado por un buen número de transformaciones estructurales. "Por el año 90 o 91 ya no se justificaba mantener una sala con 800 butacas. El negocio pasaba por el video, con el que yo tenía vinculaciones. Construí un videoclub gigante en planta baja y mantuve el cine arriba, con 300 butacas, en donde estaba la tertulia. Dio resultado, porque la sala había mejorado, y con el video se alimentaban mutuamente. Pero luego vino, por un lado, la baja del video, y por otro la necesidad que sentíamos de exhibir más de una película en simultáneo. Ni se justificaba, por el 98, un local tan grande para el videoclub, ni alcanzaba una sola sala para el material cinematográfico atractivo que estaba disponible. Entonces agregamos dos salas nuevas abajo, que compartían el espacio con el videoclub. En determinado momento me ofrecieron instalar maquinitas tragamonedas. Me pintaron unos números muy prometedores, y me embarqué en eso, pero manteniendo dos salas arriba. ¿Que ocurrió? Que las maquinitas no fueron el gran negocio, y que la gente que normalmente concurría al cine empezó, de algún modo, a sentirse molesta. Era otro público el de las maquinitas, sobre todo de noche. Los fines de semana venían familias, pero luego... En fin, liquidé eso e insistí, contra viento, marea y algunos números, con más cines: ahora hay cuatro salas".

Que, dicho esto con total objetividad, están razonablemente bien equipadas ("por supuesto que no puedo ofrecer el sonido y el confort que tienen las salas del shopping, pero la proyección es buena, las butacas están sanas y entre todos los comerciantes de la zona le pagamos a un vigilante para cuidar los automóviles"), prestan un servicio real a la comunidad con una oferta cinematográfica variada a bajo costo, y procuran que no se pierda un hábito comunitario que caracterizó a la mejor época del Uruguay: "no te imaginás cuanta gente que ha venido me confesó que hacía diez o veinte años que no entraba a un cine". Curiosamente, o no tanto, buena parte de ese público no proviene, exactamente, del barrio. "La mayoría de los que vienen aquí llegan en auto propio o en taxi. La gente de muy cerca raramente entra al cine. Fundamentalmente, porque no puede. Me ha ocurrido varias veces observar madres que sacan la entrada para sus hijos y se quedan afuera esperando que termine la función para llevárselos de vuelta; por supuesto que las hago pasar al cine sin cobrarles"). 

La otra cara de la moneda no está dada, ciertamente, por la imposibilidad objetiva de una programación inviable que haría las delicias de los críticos de BRECHA ("¿cine europeo, o comprometido, o artístico?, nunca probamos, pero no la veo..."), sino por el "escaso apoyo que he recibido por parte de los estamentos públicos de la sociedad. Yo sé que ni al Estado ni a la Intendencia les sobra la plata, que ambos tienen otras prioridades y que lo mío es una actividad empresarial y no beneficiencia pura, pero a alguien debería sensibilizar el hecho de que hemos recibido a muchos muchachos grandecitos -a veces nos lo ha mandado el INAME- que jamás habían pisado un cine, y que una sala cinematográfica dinamiza la actividad comercial y social en un barrio. Eso está a punto de perderse, porque los números no cierran. Durante el gobierno de Lacalle se obtuvo la declaración de interés nacional para la actividad, pero el decreto que la reglamentaba nunca se aprobó. El Intendente Arana tuvo un gesto magnífico poco después de asumir: vino con una pequeña comitiva, sacó la entrada, hizo la cola y mostró su simpatía por el emprendimiento. Pero el resto del aparato burocrático ha colaborado más bien poco. Las vueltas que tuve que dar para plantar estos arbolitos que están delante del cine... si hubiera sido por los burócratas de la Intendencia, todavía estaríamos en veremos".

 


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